Actualizar la tarjeta gráfica es una de las modificaciones más impactantes para un PC de juegos, capaz de transformar el rendimiento, la fidelidad visual y la compatibilidad con juegos modernos. El proceso comienza con una evaluación crítica de la compatibilidad del sistema: la placa base debe tener una ranura PCIe (preferiblemente PCIe 4.0 o 5.0 para tarjetas más recientes) y suficiente espacio físico, mientras que la fuente de alimentación debe proporcionar suficiente potencia y los conectores correctos (por ejemplo, 12VHPWR para las tarjetas NVIDIA RTX de la serie 40). Por ejemplo, actualizar desde una GTX 1660 de gama media a una RTX 4070 puede aumentar los fotogramas por segundo en resolución 1440p en un 150 %, al tiempo que permite trazado de rayos y DLSS 3.0, otorgando nueva vida a un sistema de tres años de antigüedad. Al seleccionar una nueva GPU, las especificaciones clave dictan el desempeño: la arquitectura de la GPU (por ejemplo, Ada Lovelace de NVIDIA o RDNA 3 de AMD), número de núcleos de procesamiento (núcleos CUDA para NVIDIA, procesadores de flujo para AMD), capacidad y tipo de memoria de video (VRAM) (GDDR6/GDDR6X) y ancho de banda de memoria. Los jugadores orientados al gaming en 1080p con alta frecuencia de actualización pueden optar por tarjetas como la AMD RX 7700 XT (12 GB GDDR6), mientras que los entusiastas del 4K requieren modelos punteros con 24 GB de VRAM y soporte PCIe 5.0. Características avanzadas como el trazado de rayos acelerado por hardware y el escalado mediante inteligencia artificial (DLSS/FSR) son cada vez más esenciales, ya que más juegos adoptan estas tecnologías para mejorar el realismo y el rendimiento. Las consideraciones físicas incluyen la longitud de la tarjeta (para que quepa en el chasis), solución de refrigeración (diseños con dos o tres ventiladores) y niveles de ruido. Modelos de mercado secundario como el MSI Gaming X Trio o el ASUS ROG Strix suelen incluir disipadores sobredimensionados y ventiladores axiales para un mejor desempeño térmico, reduciendo el riesgo de estrangulamiento durante sesiones prolongadas de juego. La compatibilidad con software también es fundamental; asegurarse de que la nueva tarjeta sea compatible con los últimos controladores y que cualquier software existente (por ejemplo, control de iluminación RGB, utilidades de overclocking) se actualice o reemplace. El proceso de actualización implica apagar el sistema, retirar la GPU anterior, instalar la nueva tarjeta en la ranura PCIe, conectar los cables de alimentación (asegurando la orientación correcta para conectores 12VHPWR) y fijarla al chasis. Tras la instalación, los usuarios deben desinstalar controladores antiguos (usando herramientas como Display Driver Uninstaller) e instalar el último software del fabricante (NVIDIA GeForce Experience o AMD Radeon Software). Pruebas de estrés con herramientas como 3DMark Time Spy o FurMark garantizan estabilidad, mientras que ejecutar benchmarks en juegos con configuraciones y resoluciones objetivo validan las mejoras de rendimiento. Una actualización de tarjeta gráfica ofrece un camino rentable para modernizar un PC de juegos, especialmente cuando se combina con una mejora del procesador o de la fuente de alimentación si fuera necesario. Esto permite a los usuarios aprovechar avances gráficos recientes, estar preparados frente a nuevos títulos futuros y adaptar el desempeño a sus necesidades específicas, ya sea buscando más de 300 FPS en títulos esports o disfrutar de experiencias cinematográficas en 4K con trazado de rayos activado. Con una investigación cuidadosa y verificaciones de compatibilidad, esta modificación brinda beneficios tangibles e inmediatos a cualquier configuración de juego.